Septiembre y el xtasis

Septiembre y el xtasis

Que una droga est diseada para la gente bonita no significa que su historia carezca de sordidez. Kleinburg traza la biogra fa de la reina de las “tachas”, con su circo de psiquiatras relajados, hippies fuera de control, neurlogos sin escrpulos y genios del marketing subterrneo.

Gerardo Kleinburg
Publicado en Letras Libres el 1 de septiembre de 2005
(capturado en VCD el 12 de septiembre de 2005)

Imaginmoslos. Primero amigos, colegas, colaboradores discrepantes aunque genuinamente interesados en los puntos de vista del otro y nutrindose de ellos. Luego, poco a poco, desconfiados de la actitud y los principios de cada uno, distanciados y fros, para terminar como furibundos e irreconciliables adversarios. Primero camaradas departiendo en la boda de uno de ellos, y luego cruzando miradas y palabras flamgeras en cuanto congreso coincidan. Ambos involucrados desde biografas y formaciones antagnicas con las sustancias psicoactivas, con su influencia y posibles daos en ese terreno de nuestro cuerpo destinado irremisiblemente a permancer ignoto en su autntica esencia: el cerebro. Uno fruto de las prcticas psicodlicas setenteras de pronto encauzadas hacia las ciencias cognitivas y las polticas pblicas; el otro formado en la dureza cientfica de la neurofisiologa, investigador y catedrtico reputado. Uno proveniente del Holocausto y sus tormentos heredados, el otro WASP y republicano. Uno se llama Rick Doblin. El otro George Ricaurte. Ambos de familias econmicamente desahogadas. Ambos estadounidenses y seguramente talentosos. Seguramente tambin ambos sesgados, o simple y llanamente humanos.

Y es que no es fcil imaginarlos sino ya enconados en aquel septiembre hoy lejano. En ese septiembre de 1985 en el que el foco meditico estadounidense apuntaba hacia una palabra indescifrable e impronunciable: 24 metilndioximetanfetamina, o hacia sus siglas ms manejables MDMA, o hacia su seductor nombre comercial: xtasis. De pronto, durante algunas semanas, los acaparadores de los principales espacios noticiosos no eran el recin reelecto y cada vez ms sonriente y teido Reagan, o su flamante contraparte sovitica de extrao y extenso lunar en la frente, sino esa molcula tan fcilmente modificable y verstil que hace que una estructura cclica carbonada (fenil) baile y se aparee simultneamente con dos parejas: por un lado con una breve y nada novedosa cadena etlica y su potenciadora amina (primer paso que la transforma en la ultraestimulante y agresiva metanfetamina), y por el otro, con dos tomos de oxgeno, uno de hidrgeno y uno de carbono, los cuales as la rebautizan con el rimbombante prefijo metiln-dioxi y le confieren sus mgicos poderes psicoactivos o de alteracin de la conciencia.

Aquel septiembre de hace dos dcadas, la ltima apelacin presentada ante la DEA por parte de un grupo de psiquiatras, terapeutas y otros individuos muy o no tan profesionales, ms o menos cientficos, ms o menos equilibrados, entre los que no dejaba de infiltrarse un yonqui pseudogur en busca de perpetuar su avituallamiento, se estrellaba contra el fast-track que el gobierno reaganiano confera a la agencia antidrogas para colocar de inmediato, bajo el temible apartado Schedule i (mxima prohibicin y criminalizacin), cualquier sustancia psicoactiva accin que, con el justificado propsito de evitar los ataques de prkinson que la terrible China White, o herona sinttica (MPPT), haba producido en varias decenas de jvenes estadounidenses, llevaba, sin embargo, otros destinatarios: el xtasis y sus apologistas.2 Rick Doblin y George Ricaurte, Alexander Shulgin y Ron Siegal, Ralph Metzner y Marc Schuster, June Riedlinger y el senador Lloyd Bentson, as como las legiones de qumicos, farmaclogos, polticos, abogados, neurofisilogos, psiquiatras y psiclogos que cada uno representaba, todos ellos a su manera y desde sus formaciones y biografas, chocaban frontal e irreconciliablemente, vicarios de la ambigua y contradictoria actitud que el ser humano individual y socialmente maneja desde hace ya tanto y tan poco tiempo hacia las sustancias psicoactivas (trmino a todas luces ms preciso y cabal que el de drogas). Datos blandos contra datos duros, apreciaciones teraputicas contra simios muertos en experimentos, liberalidad contra conservadurismo: excesos de ambos lados.

De nada sirvieron los incontables testimonios presentados en el congreso multidisciplinario que se realiz en el Instituto Esalen de Big City, California. La bien habida fama new age de la zona y la institucin obraban en su contra. De nada sirvieron tampoco los argumentos de gente con experiencia psicoteraputica que era o senta ser bienintencionada, y an menos los comentarios de cientficos en programas de televisin estadounidenses pidiendo al menos una clasificacin no tan restrictiva de la sustancia (lo que permitira proseguir con el estudio de sus posibles aplicaciones en psicoterapia). Las incontables historias personales ofrecidas por toda suerte de individuos, que afirmaban haber vencido las crudelsimas secuelas de distintos tipos de shock postraumtico (sexual, criminal, familiar), o alguna fobia, o una severa crisis de pareja, o el terror y el rechazo de la inevitable muerte (propia o cercana) que infligen las enfermedades terminales eran tildadas de sensacionalistas y charlatanas.

Un refrito de la tan escuchada historia de Hofmann, Leary y el LSD, dijeron muchos no sin razn. Una muestra ms del yuppiismo new age y groovy de la generacin estadounidense preocupada por aparejar al welfare reaganiano una carga espiritual perdida y necesaria, explic coherentemente ms de un socilogo que haba estudiado bien su Huxley. Publicidad sensacionalista de los propios consumidores, productores y distribuidores de la droga, acusaron otros sin faltar a la verdad. Comentarios irresponsables, sentenci la abrumadora mayora (abrumadora y mayoritariamente proclive a las drogas psicotrpicas legales). El culto sectario a una droga ednica y mesinica supuestamente destinada a unos cuantos que se sienten elegidos suspiraron los ms religiosos (sin darse cuenta de su cocteausmo involuntario). Y a estos dichos se sumaron, en los escritorios de la DEA y del National Institute for Drug Abuse (NIDA), las tremendas y aterradoras sentencias de algunos cientficos: neurotoxicidad instantnea, dependencia sbita, posible prkinson, muerte de neuronas serotonrgicas y dopaminrgicas, agujeros en el cerebro, drenaje del lquido cefalorraqudeo, prdida de la memoria, trastornos sexuales y del sueo.

Juicios precipitados, evidencias no conclusivas, imposible comparar la reaccin de un roedor o un primate con la de un ser humano, no es lo mismo una sobredosis intravenosa que la ingestin mnima activa bajo condiciones controladas, falta [que den] tiempo, estudios ms rigurosos, la mano dura e irracional antidrogas es la culpable del crimen en su trfico y la proliferacin en su consumo, se ha demostrado una y otra vez; tienen miedo de la empata y la claridad emocional que puede generar, crueles (Opium de Cocteau una vez ms, aderezado con De Quincey), reaccionarios, doble-moralinos y miopes (ibid. Huxley). Todos estos comentarios y muchos ms en ese tenor se escucharon del otro bando.

Con esos riesgos no se juega, exclamaron durante todo el verano de hace veinte aos los funcionarios y especialistas de la DEA (que peligrosamente pareca desempear el papel de juez y parte) y cientos de miles de padres de familia an en posibilidades de ejercer. Y no jugaron. La produccin, el trfico, la posesin y el consumo de MDMA fueron severamente penalizados, y la posibilidad de experimentar su potencial benfico qued cancelada. El xtasis es neurotxico y no tiene aplicacin teraputica alguna, determin el gobierno de Reagan.

Pasaron dieciocho aos y lleg otro septiembre septiembre y el xtasis de nuevo, el de 2003. Dieciocho aos desde que ese polvo blanco de apariencia intrascendente, pero para muchos fascinante ya a guisa de comprimidos haba traspasado las confraternidades pospsicodlicas californianas, y las puertas de los divanes de la Costa Este,
para comenzar a dar palos de ciego por las calles y acercarse a las discotecas, desde que esa sustancia a un tiempo glorificada y satanizada en todos los medios apenas vea trastocado el uso teraputico que la haba sacado del limbo de una intil patente farmacutica, y por el que muchos de sus abogados serios y responsables se haban rifado el prestigio y la carrera. Casi veinte aos en los que haba seguido el camino exacto al que sus proscriptores (voluntaria e involuntariamente) la sentenciaron.3 Dieciocho aos, se deca, desde aquel otro septiembre hasta llegar al de 2003, cuando, para azoro, clera, euforia y vergenza de tirios y troyanos, la revista Science (publicacin cientfica referencial en todo el mundo) escribi una pgina ms de la novela Doblin / Ricaurte y le dio un giro al asunto que lo llev a la mismsima primera pgina del New York Times.

Nuestros dos protagonistas volvieron a enfrentarse acremente en los albores del milenio. El terco Doblin, a travs de su proyecto MAPS (Asociacin Multidisciplinaria para Estudios Psicodlicos), estaba cerca de lograr la autorizacin gubernamental para echar a andar un protocolo de investigacin con MDMA para pacientes con shock postraumtico y otro para pacientes terminales de cncer con ansiedad y dolor (este ltimo proyecto en colaboracin con la Harvard Medical School). Ricaurte, su inevitable y cada vez ms radical pesadilla, le sali al paso de inmediato. Segundo round. Ricaurte tuvo que rehacer con mayor rigor y metodologa los estudios con que haba aterrorizado a la DEA y al NIDA (los nicos entre cientos que con prudencia se han limitado a hablar de indicios o probabilidades que afirmaban haber demostrado la neurotoxicidad instantnea del MDMA incluso en las llamadas dosis recreativas). Con ese fin recibi la nada despreciable cantidad de 1.3 millones de dlares (lo que elev el monto que haba obtenido el NIDA para investigar el xtasis a diez millones de dlares) y realiz sus investigaciones en la prestigiosa Universidad Johns Hopkins. Sus resultados fueron cientos de veces ms aterradores. Una sola dosis (recreativa, como se llama a aqulla mnima en la que la sustancia adquiere psicoactividad) haba hecho que dos de los diez mandriles murieran casi en el acto, y que prcticamente todo el resto presentara seversimos daos cerebrales de inmediato o muriera al poco tiempo. Por supuesto que Ricaurte se impuso por knock-out fulminante. Y no slo eso: una serie de imgenes cerebrales de seres humanos que mostraban serios daos, procuradas por l mismo, fueron distribuidas masivamente en las discotecas por los organismos e institutos antidrogas estadounidenses con la siguiente leyenda: Your brain under ecstasy. Todo indicaba, hasta ese septiembre exttico, que Doblin poda darse por muerto.

Science y el New York Times lo levantaron de la lona y sumieron de un solo golpe a Ricaurte en un desprestigio del que difcilmente un cientfico puede recuperarse. El neurlogo no slo debi admitir que inyect a sus conejillos de indias metanfetamina (uno de los estimulante ms poderosos y txicos existentes) en vez de xtasis (adujo un error en el proveedor de la sustancia), sino que les administr una sobredosis; tuvo tambin que reconocer que las fotografas cerebrales haban sido retocadas. Hasta aqu esta historia.

Dos septiembres, pues, contrastantes y en su momento determinantes, que muestran la compleja cara de una sustancia hallada por accidente en 1912 por cientficos de los laboratorios Merck, en su bsqueda de supresores del hambre y agentes coagulantes, y que tras casi cuarenta aos de sueo (por no habrsele hallado utilidad comercial) despert brevemente en 1953 para ser experimentada sin xito como suero de la verdad durante la Guerra de Vietnam. Se dice que de ese periodo queda un archivo inaccesible (el EA-1473) en el Army Chemichal Center de Michigan.

Otra dcada transcurri antes de que en diversos laboratorios clandestinos californianos, que trabajaban para el movimiento uderground y el furor psicodlico, se sintetizara MDMA entre decenas de otras sustancias. Seguramente lo menos agresivo de sus efectos y su prcticamente nula capacidad alucingena le hicieron reprobar ante el examen organolptico de sus experimentadores. Seguramente por eso, tambin, fue pasando inadvertido ante el escrutinio de los organismos e investigadores antidrogas estadounidenses que en aquellos aos proscriban el LSD y muchas otras sustancias alucingenas.

Se llega as a mediados de los aos setenta y al nombre clave en esta historia: el de Alexander Shulgin. Bioqumico estadounidense nacido en 1925 y graduado de Berkeley, asesor actualmente de organismos como la propia DEA y la NASA. Este hombre y su mujer y colega Ana han dedicado su vida entera con todo el rigor que puede caber en este terreno a la sntesis y anlisis qumico de sustancias psicoactivas, as como a la experimentacin en carne propia de todas y cada una de ellas. En su abultadsimo y ms bien rido libro Pihkal: A Chemical Love Story, dan cuenta con honestidad y seriedad de toda esta aventura, cuyo captulo acaso ms influyente haya sido el de la divulgacin de los efectos piscoactivos que, en ciertas circunstancias precisan, el MDMA puede aparear a su capacidad estimulante y euforizante: inusual apertura emocional, reforzamiento blando (valga el oxmoron) del ego, supresin de miedos y ansiedad, claridad emocional, capacidad de revivir episodios traumticos sin pnico, serenidad, intensa felicidad, bienestar, paz y sobre todo lo dems empata, afecto profundo por el otro; de ah el trmino de sustancia empatgena acuado por Ralph Metzner.4 Todos los informes serios y confiables, cientficos y no cientficos, indican que el MDMA no es alucingeno y que slo puede llegar a serlo a dosis extremas.

A partir de esos momentos la historia de la sustancia adquiere una velocidad vertiginosa. Y acaso sean los distintos nombres que recibe el MDMA en esos aos de su consumo inicial y difusin los que dan cuenta sinptica de sus avatares. Primero, jugando con las iniciales y con la bsqueda de ese eterno paraso perdido que es la condicin humana, se le llam Adam (Adn). De esa miltoniana bsqueda de lo arcdico, de la supuesta condicin primigenia del ser humano (evidentemente fruto del uso new age) salta (todava dentro de ese mbito) al de essence. Luego (y aqu se percibe de inmediato la influencia psicoteraputica) ser clarity y despus empathy (segn todos sus abogados iniciales la denominacin ms precisa). As nombrado sale a la calle. Cmo? Por infidencias de los cofrades iniciales y de algunos de los miles de pacientes a los que sus terapeutas se lo suministran en sesiones, por el agotamiento de los alucingenos y de otras drogas, y por la necesidad de lo nuevo en una sociedad bombardeada por una mercadotecnia que la convence de necesitar lo que no necesita y de buscar compulsivamente otra cosa; por aparejar su consumo a prcticas de culturas emergentes y contraculturas como las del acid-house, el rave, la msica electrnica, el bakalao,5 y evidentemente por la avidez de lucro de muchos, los intereses criminales de otros y las adicciones de los ms desdichados.

Sin embargo, para decirlo con las palabras de un creativo de agencia publicitaria actual (fbrica de drogas en serie), el nombre no pega, imposible colocarlo as como top of the mind. Obligado, pues, por la necesidad comercial de su trfico, alguien halla la palabra mgica: xtasis. Y ah termina o empieza la historia. El furor es inmediato. Time, Newsweek, Phil Donahue, hablan de la droga del amor, de la droga que el mundo esperaba, de una droga segura, inocua, de breve duracin y sin resaca (justo la receta ideal con la que Aldous Huxley suea en The Doors of Perception), una minivacacin qumica necesaria y disponible en cualquier momento, una droga que lo mismo resolver en un segundo su crisis matrimonial, que terminar con sus fobias, que le permitir bailar diez horas seguidas, que le har experimentar como nunca la sensualidad. Recetas instantneas, promesas del edn, irresponsabilidad, mercadotecnia pura para una sociedad aburrida, prspera y vacua.

Y en medio de todo esto, los ciento veinte miligramos de 2-4 metiln-dioxi-metanfetamina encapsulada o prensada en forma de comp
rimido. El potencial teraputico real de una sustancia apabullado por la necesidad (igualmente real) de una sociedad por drogarse. Y entonces, tras la prohibicin estadounidense llega la emigracin a Europa va Ibiza, y ah es el colmo de su comercializacin. El xtasis ser, entonces, ante todo un producto que jugar con la idea de la libertad del consumidor para elegir, del prestigio de las marcas, de la seguridad de un producto supuestamente estandarizado. De all las pastillitas de colores con diversas figuritas. Y de all, obviamente, el lucro desatado, la criminalidad, la adulteracin, el incremento de los riesgos que no le han sido escamoteados a esta sustancia ni por sus mayores defensores: agresin hacia la zona de nuestro cerebro productora de serotonina (y, por ende, la posibilidad de generar con su abuso una depresin incurable), elevacin de la presin arterial y del pulso, deshidratacin, hipertermia, y el grave sndrome de serotonina, entre otros. Por supuesto que hay muertes asociadas con sobredosis de MDMA (sorprendentemente pocas, debe admitirse). Y por supuesto que hay adiccin compulsiva a ella (aunque tambin con ndices notablemente bajos).6 Un factor ms, capital, en esta espiral ascendente ser el decremento sustancial en el consumo de herona por efecto del temor al sida, y el poco prestigio con que nacen nuevas aplicaciones de drogas viejas (v.gr. el crack). El xtasis es en cambio afirman sus partidarios una droga limpia, suave, yuppie y nice, ideal para la gente bonita, no incapacitante y de relativamente corta duracin (ideal tambin para los tambin adictos al trabajo).

Septiembre y el xtasis. Y qu con este septiembre durante el cual aparece este texto? Dos verdades contrastantes: por un lado se han reanudado discretamente, contra viento y marea, y para pesar de los sectores ultraconservadores internacionales las investigaciones teraputicas serias y controladas con el MDMA en Estados Unidos (Doblin en relacin con enfermos terminales) y en Espaa (Bouso con mujeres violadas). Seguramente pronto vendrn otras cuyos resultados mucha gente en desventura desear positivos. Y, por el otro, el World Drug Report 2005 de la ONU afirma que, tras un incremento sostenido entre 1993 y 2001, el consumo de xtasis a nivel mundial ha descendido (camino opuesto al que han seguido las metanfetaminas, la marihuana y el alcohol).

Y de vuelta al principio. Imaginemos ahora a los seores Doblin y Ricaurte contemplando su amistad rota, la certeza agridulce de su irreconciliabilidad, sus intenciones ms profundas y verdaderas, el estigma de lo psicotrpico, la complejsima, resbaladiza y diluible frontera que separa una droga (entendida como sustancia ilegal adictiva) de un medicamento, a dos individuos que necesitan ayuda por igual (el paciente y el adicto). Vemoslos ahora mismo sintindose contradictorios (como todo aquel que con honestidad reflexione al respecto), entendiendo que el problema tiene acaso como esencia la contradiccin misma, su insolubilidad. Supongmoslos reparando o no en cun pocos reparan, reparamos, en lo obvio: que las drogas legales matan directa e indirectamente ms de veinte veces ms gente que todas las drogas ilegales juntas (ONU dixit), sin contar a todas aquellas personas a las que (exactamente como las ilegales) dejan en condiciones fsicas, familiares y espirituales deplorables. Finalmente pensmoslos pensando con ese mismo rgano que intentan escudriar y que les juega malas pasadas, que a un tiempo les permite y les impide acercarse a la sustancia del problema: entenderlo, aceptarlo.

Imaginmoslos as. Durante este septiembre.

Mexican website ViveConDrogas.com published “Septiembre y el xtasis,” an intriguing article about drug policy reform and MAPS-funded MDMA research.